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Científicos confirman un séptimo sentido humano: un tacto remoto
Investigadores de universidades británicas revelan que la piel humana puede percibir objetos ocultos mediante ondas de presión, ampliando la definición clásica de nuestros sentidos y abriendo nuevas fronteras tecnológicas.
POR REDACCIÓN
Durante siglos, la humanidad creyó que los sentidos se limitaban a cinco, aunque algunos expertos añadieron otros como el equilibrio o la propiocepción. Sin embargo, un reciente estudio científico ha confirmado la existencia de un séptimo sentido: un tacto remoto que permite a la piel humana percibir objetos sin necesidad de contacto físico directo.
Este hallazgo fue presentado en la Conferencia Internacional del IEEE sobre Desarrollo y Aprendizaje (ICDL) por un equipo de investigadores de la Universidad Queen Mary y del University College London. En su experimento, voluntarios deslizaron sus dedos sobre arena bajo la cual se encontraban cubos ocultos, logrando detectar con un 70 % de precisión la presencia de estos objetos sin tocarlos.
El mecanismo detrás de esta sorprendente habilidad radica en las ondas microscópicas de presión que se transmiten a través de los granos de arena. Estas ondas rebotan en los objetos ocultos y regresan a la piel, activando receptores nerviosos especialmente sensibles. Así, el sistema táctil humano no se limita únicamente a la superficie cutánea, sino que se extiende unos centímetros más allá, funcionando como un radar biológico en miniatura que anticipa el contacto.
Los científicos comparan esta capacidad con la de ciertas aves como los chorlitos y playeros, que localizan presas bajo la arena húmeda utilizando sus picos como sensores de presión para percibir ecos de movimiento. Sorprendentemente, aunque los humanos carecen de estas estructuras especializadas, pueden lograr una precisión superior, con un 70,7 % en la detección frente a un robot equipado con inteligencia artificial que alcanzó solo un 40 %.
El profesor Zhengqi Chen, uno de los autores del estudio, sugiere que este sentido podría ser una herencia evolutiva hasta ahora subestimada, útil para orientarse táctilmente y detectar objetos o vibraciones ocultas en el entorno natural. En sus palabras, se trataría de "un eco biológico de nuestra antigua relación con el entorno natural".
Más allá de su impacto en la biología humana, este descubrimiento abre un abanico de posibilidades tecnológicas. Ingenieros ven en el tacto remoto una herramienta para desarrollar prótesis capaces de detectar obstáculos sin contacto directo y robots que operen en ambientes donde los sensores ópticos fallan. Por ejemplo, una mano biónica podría "sentir" la forma de una taza antes de tocarla, o un dron explorador podría identificar estructuras bajo la arena marciana sin necesidad de excavar.
Asimismo, la robótica háptica, que busca imitar el sentido del tacto humano, podría avanzar décadas gracias a esta nueva comprensión física: la capacidad de interpretar el entorno a través de ondas de presión. En campos como la arqueología o el rescate, esta tecnología permitiría localizar reliquias o personas atrapadas bajo escombros sin causar daños, reemplazando métodos como cámaras o rayos infrarrojos.
El descubrimiento también plantea interrogantes filosóficos sobre la naturaleza de la percepción. Si la piel puede captar información sin contacto directo, ¿qué otros sentidos podrían estar actuando en silencio? La neurociencia contemporánea sugiere que la percepción es un continuo sensorial que integra señales químicas, eléctricas y mecánicas, y el tacto remoto sería una ventana más dentro de este espectro.
Como expresan los investigadores, "nuestros sentidos no son límites, son extensiones del cuerpo hacia el mundo". Quizá esa intuición o leve cosquilleo que a veces sentimos antes de tocar algo sea una manifestación cotidiana de este radar biológico que apenas comenzamos a comprender.
Este avance científico recuerda que la frontera entre biología y tecnología se difumina cada vez más. Comprender el tacto remoto no solo redefine la percepción humana, sino que también transforma el diseño de máquinas, prótesis y sistemas de exploración. En última instancia, confirma una idea que culturas antiguas ya intuían: el cuerpo humano sigue siendo un laboratorio de misterios y capacidades latentes.
Quizá el verdadero progreso evolutivo no resida en crear nuevos sentidos, sino en aprender a escuchar y aprovechar aquellos que han estado siempre presentes, pero dormidos.